Sofía




Corría, el aire no saciaba sus pulmones. El viento moldeaba un hermoso oleaje en su cabello castaño que la hacía parecer casi irresistible.

Todas las tardes Sofía acostumbraba comprar un café –un latte macchiato para ser precisos- , era ya una costumbre. Siempre acudía a la misma cafetería en la esquina de la plaza, aquella que fue fundada en mil ochocientos setenta –al menos eso decía el cartel de la entrada-.

¿ Para que arriesgarme a probar un sabor diferente? –pensaba, ante la curiosidad de visitar una nueva cafetería-.

Es ahí donde el destino juega un papel importante, porque a veces ocurren eventos inexplicables que marcarán la vida de alguien.

La tarde del veintidós de febrero a las siete catorce a Sofía se le ocurrió la magnífica idea de cambiar de establecimiento, dio la vuelta y se decidió a entrar a la primer cafetería que encontrase. Tardó cinco minutos en encontrarla, era un lugar nuevo con decoración minimalista, en la fachada se hacía notar el nombre del establecimiento en letras luminosas “il cafetto” .

Se sentó en un sillón rojo. Había música, más no distinguía el autor, ni el género porque Él estaba ahí.

Y al hablar de “él” no me refiero precisamente a alguien que Sofía conociera, sino mas bien Él… el único, aquel que sin conocer, era ya el hombre de su vida.

Este personaje, único en su categoría. Alto, ojos marrones y un aspecto poco desaliñado se acercó. Su boca gesticulaba algunas palabras que a Sofía le costaba entender, ya que su atención estaba enfocada totalmente en los ojos de aquel muchacho.
-Un expresso por favor- Ordenó Sofía.
El chico escribió unos garabatos en la pequeña libreta azul y se retiró.
Unos minutos después volvió con una diminuta taza y la colocó encima de la mesa, en ese momento Sofía pudo sentir como el vacío de su corazón se iba llenando poco a poco.

El café era insípido, tal vez porque sus papilas gustativas no tenían ganas de sentir sabores, estaban ocupadas imaginándose siendo usadas en un cálido beso.
La diminuta taza no disminuía su contenido, a pesar que habían pasado ya, más de veinte minutos.
Sofía pidió la cuenta, pagó y se fue a su casa. Esa noche no pudo dormir, las mariposas en su estomago le impedían conciliar el sueño.

Al día siguiente volvió a la cafetería, Él estaba ahí.
-Buenas tardes, ¿Qué se te ofrece?- La sonrisa en su rostro lo hacía parecer aun mas encantador.
Sofía se acercó, y sin vacilar un instante cerró los ojos y le dio un beso, que fue correspondido. Después de dicho beso, dio la vuelta y se fue.

Las mariposas siguieron presentes todo el día, lo cual no la incomodaba en lo absoluto. Su rostro dibujaba una sonrisa permanente. Había sido el mejor beso de su vida, sin duda.

Tardó una semana en volver a “Il cafetto”. Esta vez eligió una silla negra cerca de una barra.
El chico se acercó a pedir la orden. –Un latte macchiato, por favor- Contestó Sofía.

Rato después, Él volvió con la taza y la colocó en la mesa, a un lado de una servilleta. Se retiró.

Al comenzar a beber el café Sofía notó que había algo escrito en la servilleta:
“Eduardo 859 782 12 35
Gracias por aquel beso inolvidable”.

Bebió todo el café, dobló la servilleta en cuatro partes, dejó el dinero en la mesa y salió del lugar.

Corría, el aire no saciaba sus pulmones. El viento moldeaba un hermoso oleaje en su cabello castaño que la hacía parecer casi irresistible.

Tomó la servilleta pulcramente doblada y la arrojó a un cesto de basura. Sofía no volvió nunca a aquella cafetería.




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